Recientemente, un extraordinario amigo, colega (Arq. Sergio Erick Ardón) expresaba en las redes sociales su pasión por el Tango. Pasión que comparto, aunque en el medio, el bandoneón y el lunfardo se quedaron en pausa y a lo sumo, pudimos aspirar al nostálgico sonido del acordeón.
La publicación me hizo revolcar papeles y archivos, hasta dar con un atrevido intento, que había escrito hace años) de emular la imagen de las naves desahuciadas del extraordinario tango: Nieblas del Riachuelo (E. Cadícamo / J.C. Cobián) con las de los tugurios y las de sus indigentes habitantes.
La imagen surge del estero de Puntarenas, junto al que crecí e inevitablemente la tengo adherida al alma, como ha de sucederle a todos los porteños.
Con las dispensas y disculpas del caso, se las comparto, apelando a su generosa comprensión:
(http://sipse.com/imgs/062013/070613a9b9fa4b6med.jpg)
“Niebla en el destierro”
(Abel Salazar, letra opcional para el tango:”Nieblas del Riachuelo” Edmundo Rivero
(E. Cadícamo / J.C. Cobián)https://youtu.be/b91wgimgS9E)
Sucio vertedero donde van a desechar
cuerpos y pobrezas que en el mar han de quedar,
sobros que se pudren como puercos del dolor,
locos, vagabundos, gusanera sin razón.
Vida miserable que este tiempo retrató,
noche pestilente que en la carne se ensañó,
sombras embriagadas que su mundo abandonó,
sueños desangrados, cementerios de cartón.
Niebla en el destierro, carcomido y desierto.
Luz te sigo esperando… Niebla del estero,
podrido cual “ñanga”, me voy acabando:
“nunca más volvió, nunca más le vi,
nunca más su voz nombró mi nombre junto a sí;
esa misma voz me dijo adiós,… ¡me dijo…!:”
Náufrago perdido, en las calles al morir,
bebe su miseria con un trago de canfín,
llueve lentamente sobre gris desolación,
yertas marejadas de crueldad y perversión.
Hojas de tormenta como dagas de traición,
crudas llamaradas deshollantes en la piel,
negros zopilotes desgarrando hasta su hiel,
vísceras y cuerpos, inhumana oscuridad…
Niebla en el destierro, carcomido y sin puerto,
luz que sigo esperando. Niebla del estero,
podrido cual “ñanga”, me voy acabando:
“nunca más volvió, nunca más le vi,
nunca más su voz nombró mi nombre junto a sí,
esa misma voz que dijo adiós…”